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La génesis del Aikido está ligada al Sintoísmo por la figura de O Sensei (Morihei Ueshiba, fundador del Aikido), pero muchos desconocen esta misteriosa y curiosa forma de trascendencia. Esta es la primera entrega de tres, donde intentamos acercar este fantástico mundo mágico.
El objetivo de estos artículos es acercarnos a este concepto naturalista de religión, o si se prefiere, una forma primitiva de culto a la naturaleza. Para ello hemos recurrido a los escritos del profesor Obayashi Taryo, toda una autoridad en el campo de la etnología; las otras fuentes para realizar este artículo son: el trabajo realizado por Lourdes Ortiz y Daniel Sarasola sobre Ise e Izumo, la red, y diversos textos relacionados con la mitología japonesa.
Costumbres tan comunes como el baño diario o quitarse los zapatos antes de entrar en una casa, tienen sus raíces en la honda preocupación sintoísta por la purificación, y la veneración que los japoneses muestran hacia la naturaleza surge de la creencia sintoísta de que los seres espirituales ocupan y rigen el mundo natural.
Otro aspecto importante es que el sintoísmo no tiene fundador conocido, sus raíces se encuentra en la prehistoria japonesa. Cada santuario, desde el complejo sagrado de Ise hasta el Jinja rural más olvidado, es completamente autónomo, contando como mínimo, con uno o dos rituales o costumbres distintivos, el más visible de los cuales es la festividad anual, durante la cual los hombres y mujeres jóvenes llevan en procesión un santuario portátil por las calles del pueblo o sus proximidades.
Las islas japonesas revelan restos de asentamientos a fines del paleolítico. En todo el larguísimo período prehistórico Jomon la economía está basada sobre la caza y la recolección. El nombre del periodo se refiere a la típica decoración de cuerda (jomon) de la cerámica local. Es de reseñar que la tradición reafirma al final de este periodo prehistórico la fundación del imperio japonés con el primer emperador Jimmu (660 a. C.). Los historiadores sostienen que se trata de una teoría falsa que tiene como objeto aumentar el prestigio de las instituciones imperiales. La noticia de la fundación del imperio japonés por parte de Jimmu se encuentra en el Nihon Shoki, crónicas oficiales compiladas en el siglo VIII.
Período Yayoi (300 a. C. -300 d. C.).
Este segundo período prehistórico, que dura seis siglos, se caracteriza por la introducción del cultivo de regadío del arroz, que ha suministrado desde entonces la base del modo de vida tradicional japonés.
Período Kofun (siglo IV-VI d. C.).
Se llama también período de los túmulos (kofun, en japonés) por las grandes tumbas o túmulos que los caracterizan. Hay que recordar que muchos historiadores consideran al décimo emperador tradicional Sujin, que obtiene el poder al principio del siglo IV, como una figura histórica. Al final del periodo, Keitai, el vigesimosexto emperador de la serie tradicional, venido del Norte, inicio la dinastía que dura todavía. En la segunda mitad del siglo VI es finalmente reseñable la introducción del budismo en el Japón a través de Corea.
Período Asuka (593-710).
Se abre con la regencia del príncipe Shotoku, célebre personaje de la historia japonesa, y conoce la primera embajada a la China (602), el golpe de estado y la subsiguiente reforma Taika (645) y la promulgación del códice de leyes Tahio. Otras cronologías de estos períodos admiten un periodo Yamato entre 300 y el 645.
Período Nara (710-794).
El periodo toma el nombre de la capital Nara y se inicia con la inauguración de la ciudad construida según el modelo chino.
Período Heian (794-1185).
También este periodo toma el nombre de la capital trasladada a Heian-Kyo, la actual Kyoto. En el ámbito de los siglos del período Heian, algunos distinguen un período Fujiwara (858-1160), caracterizado por la supremacía de la familia de este nombre. El período Heian se cierra con la célebre guerra entre los clanes de Minamoto y de los Tara (guerra Gempei).
Período Kamakura (1185-1333).
Toma el nombre de la sede del shogunato, la ciudad de Kamakura, al sudoeste de la actual Tokio. En la segunda mitad del siglo XIII fueron realizadas las tentativas de conquista del Japón por parte de los mongoles de la dinastía Yuan. En el intento de 1281, la flota mongola fue dispersada por el “viento divino” -Kamikaze-.
Período Muromachi (1336-1573).
En el inicio de este período se distingue un período Nambokucho (1336-1392) o de las dinastías del Sur y del Norte, llamado así porque dos dinastías, ambas ramificaciones de la familia imperial, reinaron al mismo tiempo una en Kyoto y la otra en Yoshino en el Yamato.
Hacia el final del período Muromchi, poco antes de la primera mistad del siglo XVI, aparecieron en las costas del Japón los portugueses, que introdujeron las armas de fuego occidentales. Algunos años después se construyó la misión de San Francisco Saverio (1549).
Período Momoyama (1568-1600).
Este período se superpone parcialmente en el precedente. Es la época de las tres grandes figuras japonesas en el terreno militar: Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu y de sus guerras por la supremacía imperial.
Período Edo (1600-1867).
Es el período del Shogunato de los Tokugawa (por lo que se ha dado en llamar también período Tokugawa) con sede en Edo, la actual Tokio. El Japón se cierra casi completamente a las relaciones con los extranjeros, hasta que al final del período aparece en las aguas del Japón el comodoro estadounidense Perry, que somete al país al tratado comercial de Kanagawa (1854), abriendo algunos puertos al comercio exterior.
Período Meiji (1868-1912).
Es el período de la modernización y de la occidentalización del Japón, que se inicia con la restauración del poder imperial y la abolición del Shogunato (1868) y contempla las guerras victoriosas contra China (1894-1895) y Rusia (1904-1905).
Edad Contemporánea.
Se distingue un período Taisho (1912-1926) y el actual período Showa, a partir de 1926.
En el segundo año del reinado del emperador Tenchi (663) el ejército japonés sufrió una grave derrota en la Corea Meridional por obra de las fuerzas del reino de Silla y de la China de los Tang. El Japón tuvo por eso que retirarse de la península coreana, sobre la cual había dominado largo tiempo. En el 672 estalló la revuelta del Jinshin, una lucha por la sucesión entre el hermano y el hijo de Tenchi, y el emperador Temmu se adueñó del poder.
A éstos les sucedió la hija, la emperatriz Jito. Solo después de estos tumultuosos acontecimientos, en el interior y exterior del país, fueron compiladas las primeras historias oficiales del Japón, con el fin de reafirmar la identidad nacional y de consolidar el poder creciente del trono imperial.
Las primeras obras de este género fueron el Kojiki (narración de sucesos antiguos), compilado en el 712 por Ohono Yasumaro, y el Nihon Shoki (crónicas del Japón), redactada por el príncipe Toneri en el 720. Conforme a la teoría formulada por Iwao Owa, el Kojiki fue configurado en su forma actual sólo en la segunda parte del período Heian. Es probable, sin embargo, que la versión original se remonte al siglo VIII. Además, las genealogías y las antiguas narraciones sobre la base de las actuales fueron redactadas tanto el Kojiki como el Nihon Shoki, eran ya presumiblemente conocidas al final del siglo VI y los mitos y las leyendas que constituían su núcleo se remontan a épocas incluso precedentes.
Es importante observar que este período fundamental, durante el cual fueron compiladas las primeras historias nacionales y fueron organizados en un corpus sistemático los mitos principales, coincide con el reino del emperador Temmu. En la nota de introducción al Kojiki se lee que el emperador ordenó a su memorialista, Hieta no Are, interpretar correctamente las antiguas crónicas imperiales y las vicisitudes de algunas importantes familias. Siempre durante el reinado de Temmu, el Ise Jingu (el gran templo de Ise) asciende al rango institucional a consecuencia de la Itsuki no miko (la sacerdotisa real) y del Shikinen sengu (el sistema de la reconstrucción periódica). La institucionalización del “Ise Jingu” y la compilación de las historias oficiales -o sistematización de los mitos- están en relación recíproca y constituyen el reflejo de dos importantes acontecimientos: la consolidación del poder del emperador y la instauración de un nuevo orden fundado sobre aquel poder. En cualquier caso, en ambas obras, los capítulos elegidos para introducir a la historia japonesa lo forman aquellos mitos que no sólo proporcionan una explicación sobre los orígenes del país, sino que demuestran también que la estirpe reinante desciende de la divinidad celeste. Los mitos del Kojiki y del Nihon Shoki se pueden reagrupar en cuatro ciclos: el del Kuni-umi (origen del archipiélago japonés), el del Takamagahara (las altas llanuras celestes), los de Izumo y de Himuka (Hyuga, según se pronuncia corrientemente). Tema recurrente en los mitos referidos a estas dos obras es la creación de un orden del caos, o bien la superación del caos mediante la creación de un orden.
En épocas antiguas, e incluso hoy en algunas zonas del Japón rural, las miko (vírgenes del santuario) estaban consideradas como auténticas chamanes, capaces de ser poseídas por el kami y transmitir sus mensajes. Herencia de ello son los bailes rituales que a veces ejecutan las miko durante las ceremonias: se cuenta que sus balanceos provienen de los movimientos de lo que en tiempos fuera un estado extático o de trance.
Hoy en día, los deberes primordiales de estas “jóvenes de altar” a las que se identifican con toda facilidad por sus atuendos blancos y hakamas rojas, consiste en vender amuletos de buena suerte y ayudar a los sacerdotes en los rituales. La mayor parte de ellas son quinceañeras, porque una vez casadas ya no pueden servir.
Que una joven trabaje como miko proporciona honor a su familia, y es frecuente que haya muchas generaciones de mujeres en la misma familia que hayan hecho de miko en el santuario de su localidad. Los santuarios de mayor tamaño, como el Meiji-jingu, tienen numerosas miko de todas partes de Tokio.