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Desde nuestro boletín agradecemos al Sr. D. José Antonio Martínez-Oliva por acceder a escribir este artículo tan esclarecedor para nuestra Web.

        El Sr. José Antonio Martínez-Oliva es abogado y traductor de japonés, -Nihongo nôryoku shiken ikkyû-. También es 3er Dan de Iaidô dentro de la escuela Musô jikiden eishin ryû (rama Seitôkai), de la cual imparte sus clases en el Yûsei iaidôjô de Murcia.

        Esperamos que todos nuestros lectores -que ya son muchos, muchas gracias por ello-, disfruten y se beneficien de este explicativo escrito.

Link con el Blog del Sr. José Antonio Martínez-Oliva

El samurai moderno

        El kanji “samurai” significa en su origen aquel que sirve a los nobles, sin embargo en Japón adquirió también el significado de una persona que practica las artes de la guerra. Si descomponemos el kanji o ideograma veremos como hay un hombre al lado de un templo. El samurai sirve siempre a alguien y a la vez está lleno de espiritualidad en su conducta. Por otro lado, el nihontô o sable japonés está íntimamente ligado al samurai, llegando a decirse que representa su propia alma. Por tanto, si queremos saber lo que es un samurai tenemos que definirlo a través del sable.

        En la transición de la época Edo a la época Meiji se vivieron en Japón una serie de acontecimientos que lo convulsionaron social y políticamente. La amenaza colonizadora por parte de las potencias extranjeras hizo que muchos de los valores y tradiciones mantenidas hasta entonces fueran cuestionadas. Las escuelas de kenjutsu, como la famosa Hokushin Ittôryu, con Chiba Sadakichi a la cabeza en aquel momento, tuvieron que plantearse un dilema hasta entonces impensable. La utilidad del sable frente a los cañones y armas avanzadas de los ijin (así se llamaba a los extranjeros en aquella época), se veía cuestionada por los hechos y era necesario crear un ejército adaptado a los tiempos, así como una flota propia para su autodefensa.

        En ese panorama de tensiones internas y lucha de ideas aparecieron personajes como Takechi Hanpeita y sus seguidores, del clan de Tosa, cuyo lema no era otro que “matar a los extranjeros”, mientras que los más avanzados, como el famoso Sakamoto Ryôma, dedicaron su vida a conseguir que Japón se adaptara a las circunstancias sin perder su identidad, es decir, manteniendo el alma del samurai mediante la práctica del Kenjutsu.

        Sakamoto Ryôma, quien incluso llevaba botas al estilo occidental, pudo cuestionarse según algunas teorías la utilidad del hokushin ittoryu, pero finalmente comprendió que la práctica de dicho estilo era mucho más que un arma “física”, era lo que mucho antes Shimada Toranosuke había formulado en la expresión kenshin itchi, unión de sable y espíritu. Como dijera el famoso kengô (gran espadachín), “el sable es el espíritu, si tu espíritu no es correcto, tu sable no será correcto, si quieres aprender el camino del sable, primero deberás aprender su espíritu”.

Sakamoto Ryôma

Sakamoto Ryôma.

Nitobe Inazô

Nitobe Inazô.

        En efecto, la antigua utilidad del kenjutsu en el periodo sobre todo de sengoku jidai, enfocado a la finalidad de matar al adversario, debería dar paso a la concepción del mismo como katsunintô, o sable que hace vivir al hombre, y no un mero instrumento de muerte.

        Ese hilo conductor de un espíritu renovador del hombre hizo que el sable, por influencia del Bushidô y de las tres filosofías que lo inspiran en palabras de Nitobe Inazô (budismo, shintoismo y confucionismo) pasara de ser una simple arma, a convertirse en un método de conocimiento, un camino, un arte formador de voluntades y educador de hombres (bunbu ryôdô – ambos caminos, conocimiento y fuerza del guerrero).

        La prohibición en 1872 de portar katana desató el declive del kenjutsu como arte “necesario” y lo condujo a otra esfera más “espiritual” entroncada directamente con la formación del carácter no solo de la policía o el ejército sino de los propios niños en las escuelas y de los jóvenes en las universidades. El Japón moderno es heredero del samurai y de sus valores en cuanto a su moral social a través del Budô y muy significativamente a través del Kendô, como camino enfocado a manejar no solo un sable sino la propia alma.

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        Así, las reglas antiguas sobre butoku o moral del guerrero quedaron intactas con el transcurso del tiempo y no sucumbieron a la transformación externa de las normas convencionales. Se pasó del haori hakama al traje de chaqueta, pero por dentro el pueblo japonés recibió la herencia samurai con independencia de la clase social a la que se perteneciera. Ya no había clanes, ni clases, ni privilegios por el nacimiento, pero cualquier persona podía practicar Kendô y lo que es más importante, la propia educación samurai se extendió al resto de los japoneses.

Link con Aikido Journal sobre Sakakibara Kenkichi

Sakakibara Kenkichi.

        Desde que Sakakibara Kenkichi creara el gekiken kai, o asociación para la expansión de los espectáculos públicos de Kendô hasta nuestros días, millones de japoneses han practicado el arte del sable con un objetivo: emular el espíritu de sus antepasados y cultivar el butoku en la vida moderna.

         Un ejemplo del samurai moderno lo tenemos en el seppuku. El seppuku no era solo un ritual donde alguien se cortaba el hara y se le aplicaba el kaishaku, sino un reconocimiento de la propia culpa y un honor concedido a unos pocos privilegiados. Diríamos hoy en día, una forma un poco salvaje de dimitir. Un seguidor de Takechi Hampeita fue dignado en cierta ocasión con tal honor por intentar vender un reloj de un comerciante que se le había caído en mitad de la calle al asustarle mientras iba con unos amigos.

        Tal comportamiento impropio le fue “premiado” por su clan con la orden de hacerse seppuku, aunque en este caso finalmente aquel samurai huyó y se convirtió en el primer sacerdote ortodoxo de Japón. Pero esto es otra historia. El seppuku sigue existiendo en Japón hoy en día, en esas ruedas de prensa en las que directivos de empresas o políticos dimiten por cualquier pequeño escándalo que aquí consideraríamos una “tontería de nada”, inclinándose hasta la rodilla y pidiendo perdón desaforadamente.

        Y ahora, damos el paso a occidente. Muchos practican Budô o dicen que practican Budô, pero me pregunto si en su práctica integran solo movimientos o también buscan actitudes. Si solo buscan movimientos está claro que no dejan de ser simplemente deportistas.

        Recuerdo que estando en Japón en una ocasión, un famoso político, presidente de un gobierno de un país que no viene al caso fue muy criticado porque decía que era practicante de Judo, pero sin embargo su comportamiento era completamente impropio de un budoka.

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        Actitudes tales como la falta de respeto hacia los demás, la prepotencia, la competitividad propia del deporte, la violencia, el exceso verbal y ese tipo de conductas, chocan frontalmente con lo que era un samurai ejemplar.La fidelidad a tu maestro y a tu escuela, y por extensión a tus mayores en cualquier rama de la vida, la humildad, la gratitud constante con todos los que te rodean y la inquebrantable fuerza de voluntad para seguir un camino es lo que hace que hoy en día, tanto en Japón como en el resto del mundo se pueda decir que siguen existiendo samurais “modernos”, personas que por encima de todo saben servir a los demás.

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        Aquí los occidentales tenemos un pequeño obstáculo, nuestra diferencia cultural. Lo primero que necesitamos para practicar Budô es entenderlo. Cuando uno se mueve en la sociedad japonesa se da cuenta de que todo es cortesía, todo es amabilidad, todo es responsabilidad por los propios actos. Tal como explicaba Nitobe a su amigo el jurista belga en aquel famoso paseo, los japoneses no necesitan enseñar moral o religión a sus niños en los colegios, porque ya tienen una moral, tienen el Bushidô, y es la propia sociedad la que lo revive, no necesita ser enseñada, está viva.

        El shintoismo deifica a aquellos hombres que por su extraordinaria dedicación consiguen la maestría absoluta de cualquier arte o ciencia, el budismo Zen es práctica, no pensamiento, y el respeto hacia los mayores del confucionismo cierra el círculo de este gran sistema moral entroncado en su base con el Budo. Esa tradición nos es ajena en cuanto nacidos en otra sociedad totalmente distinta, y si queremos aprender algo sobre ella y practicarla llamándonos budokas, primero deberemos vaciar nuestra taza y dejar de medir las cosas por nuestros parámetros.

        En tango no sekku, la fiesta de los niños en Japón, se coloca un kabuto para recordarles precisamente de donde vienen, para que no se olviden de que sus antepasados eran guerreros, luchaban y morían por honor, por fidelidad a la sociedad a la que servían. Los samurais participaban en la guerra a edades bien tempranas. Era lo que denominaban uijin, o primera batalla. Oda Nobunaga, por ejemplo, participó a la edad de 13 años en la guerra civil de Echigo, en 1543. Este es solo un ejemplo de cómo han evolucionado las costumbres y como es inseparable el Budo de la propia cultura japonesa. Por eso mismo, es imposible acercarse a su práctica correcta sin conocer dicha cultura con cierta profundidad.

Información de Wikipedia sobre Oda Nobunaga

Oda Nobunaga.

         A menudo muchos maestros se sorprenden de que nosotros occidentales busquemos el espíritu del samurai para nuestras vidas, por lo que supone de esfuerzo añadido y de ruptura parcial con nuestra cultura materna. Venimos de un país lejano y extraño, aprendemos su lengua, nos adaptamos a su forma de entender las cosas y solamente así conseguimos acercarnos a lo realmente importante, no los movimientos, no las técnicas, sino el espíritu.

Link con YouTube para Keiko of Yamada Hironori sensei and Chiba Masashi sensei

Sensei Chiba Masashi.

        Me decía un maestro en cierta ocasión que no parecía español, que mi mente era más japonesa que española. Yo creo que no es necesario cambiar de nacionalidad para practicar Budô, pero existe un “algo” inmaterial que solo desde la cultura japonesa se puede aprender correctamente. Algo que nació en Japón pero que es como una medicina para el alma de cualquier ser humano de cualquier nacionalidad. Ese algo, ese espíritu, es lo que hizo que los japoneses lucharan unidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial y consiguieran su “milagro económico”. Ese algo, ese espíritu es lo que merece la pena extender por el mundo, es lo que deberíamos enseñar a nuestros niños en los colegios, es lo que deberíamos tomar prestado de ellos para tener una sociedad más justa, más disciplinada, más armónica, más unida. El samurai moderno es un luchador incansable por la paz y la prosperidad de la sociedad donde vive. La práctica del Kendô o de cualquier otro arte antiguo le cambia por dentro y le educa para ayudar a construir un lugar donde merezca la pena vivir. Esta idea es la que expresa el maestro Chiba Masashi con la frase Ikken Kôkoku (Sirve a la prosperidad de tu país a través del sable).

        Que bueno sería que entre todos los que conocemos un poco el Budo pudiéramos extender su espíritu entre nuestros compatriotas y hacer que en un lugar muy lejano de donde nació el mismo se formaran personas con ese espíritu de servicio y dedicación admirable como eran los samuráis. Cuantos obstáculos hay para ello en el deficiente sistema educativo que nos ha tocado padecer y en una sociedad dominada por el deporte espectáculo y la pérdida absoluta de valores.

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        Quizás seamos pocos los que creamos en esto, pero mientras estemos juntos tendremos la fuerza suficiente para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos no olviden que existe una forma de vida diferente. Puede que los samuráis ya no existan, pero lo mejor de su espíritu nunca murió con ellos, pervive en cada uno de los actos de un budoka.

José Antonio Martínez-Oliva Puerta, Enero de 2011.

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