Este mes presentamos en nuestro Boletín la primera de las tres entregas sobre Karate – Do, del Sensei Roland Habersetzer (fue editado en España por la editorial Hispano Europea). Libro muy completo para los amantes de este Arte, donde el autor ha realizado un estudio muy exhaustivo de las distintas partes que componen el Karate – Do.
Los temas que se van a desgranar en estos tres artículos, son sobre las bases físicas y fisiológicas que proporcionan energía y agilidad, así como a las psicológicas, de las que puede partir el dominio de uno mismo.
Es importante analizar los puntos comunes de los distintos Budos, eso aporta mucha cultura y ensancha los horizontes de los practicantes. Con esa intención, esperamos aportar nuestro granito de arena.
El cuerpo humano dispone del potencial energético suficiente para poder realizar sorprendentes hazañas, a condición de utilizarlo inteligentemente. Esto es lo primero que debe saber todo karateka.
La Energía
a) Movilización total de la energía.
Intensidad de la movilización.
Cada ser humano posee una cantidad de energía tal que incluso él mismo se sorprende si en alguna ocasión excepcional debe servirse de ella, por ejemplo, cuando se encoleriza o cuando le amenaza un grave peligro. Aparte de tales situaciones, relativamente raras, se contenta con hacer un gasto de energía mínimo, lo cual tiene la ventaja de cansarlo menos, pero no le permite más que una reducida eficacia en sus acciones. Esto es totalmente cierto cuando se trata de un esfuerzo físico o intelectual: se necesita que un motivo muy importante rompa los lazos que parecen retener el resto de la energía durante la mayor parte del tiempo, para que la acción física o mental se acelere y se intensifique hasta un punto insospechado momentos antes.
La finalidad del Karate, que es al mismo tiempo una de las razones de la eficacia de este arte de lucha, es la liberación voluntaria de esta “super-energía” más o menos inconsciente. Una verdadera explosión de energía física (fuerza muscular) debe poder intervenir instantáneamente y en cualquier momento sin que por ello se deba preparar la mente de antemano (si, por ejemplo, nos enfadamos, perdemos buena parte de lo que el proceso ha liberado como energía suplementaria, puesto que se pierde el control del cuerpo).
Por todo ello el karateka debe practicar con seriedad y recordar constantemente que el adversario es muy peligroso y que debe ponerse a salvo a toda costa; así pues, no se tolera ninguna debilidad y ningún esfuerzo debe parecer superfluo. Una práctica especial se encarga precisamente de aumentar la tensión mental del karateka hasta situarlo en un ambiente de lucha real, al terminar. Cada acción, ataque, defensa, esquiva, debe, pues, ser total sin que la más ínfima partícula de energía sea retenida.
En la práctica, explosión de energía significa concentración muscular intensa. Sabemos que el propio peso y la acción muscular son las dos fuerzas que actúan sobre los huesos, los cuales hacen el papel de palancas, siendo las articulaciones sus puntos de apoyo. Pero la intensidad de la contracción muscular no basta; además necesita ser breve.
Brevedad de la movilización.
El esfuerzo muscular tiene que ser muy enérgico, pero muy breve y debe tener lugar al principio de la acción; en un movimiento cualquiera, la contracción del principio debe producirse enérgica y bruscamente afectando a los músculos en estado de relajación y detenerse también bruscamente antes de que el movimiento de la palanca ósea que pone en acción haya terminado.
El impulso inicial, pues, viene provocado por una contracción casi explosiva del músculo, como un efecto de catapulta, a la que sigue una relajación total que permite terminar el movimiento sin la participación del músculo (esto se comprueba particularmente al dar una patada: el movimiento alcanza una velocidad máxima cuando la contracción de los músculos del muslo sólo dura el tiempo de “despegar” el pie siguiendo éste por sí solo el impulso como una masa inerte; la contracción interviene una segunda vez, también seca, cuando tiene lugar el impacto del pie contra su objetivo. Si se mantiene la contracción, en el curso de la trayectoria del pie, aunque sea ligeramente, actúa como un freno). Esta movilización intensa y extremadamente breve de la energía explica el que las técnicas ejecutadas por los maestros parezcan tan naturales, sin esfuerzo aparente, aunque particularmente eficaces. Todo reside en el impulso inicial, el cual, seguido de una total descontracción, proporciona la velocidad indispensable; pues como dice la ley de la energía cinética (), la potencia desarrollada en el impacto por una masa en movimiento crece proporcionalmente al cuadrado de la velocidad de su aplicación, lo que reduce considerablemente el papel de la fuerza muscular por sí sola.
La movilización de la fuerza muscular debe ser intensa y breve y no debe intervenir más que en dos momentos concretos: al inicio del movimiento, con el fin de imprimir a la masa que va a desplazarse una velocidad máxima, y en el impacto, con el fin de trasformar la energía cinética en fuerza golpeadora.
1ª fase de inmovilidad 2ª fase de inmovilidad (impacto)
Fuerza Muscular Velocidad Energía desarrollada por el choque.
Notaremos que el mismo principio se utiliza en todas las artes marciales, tanto con armas como sin ellas, porque al no ser estas más que la prolongación del brazo que las maneja, forman parte de la masa en movimiento (que continúa o no formando cuerpo con el brazo: el mismo efecto se provoca con una flecha o una lanza disparada a gran velocidad debido a la contracción muscular inicial).
b) Concentración de la energía.
Para que la movilización de la energía pueda ser total, debe hacerse correctamente, es decir, sin factores de dispersión. Aquí interviene directamente la técnica (ver capítulo 2). No se trata de malgastar inútilmente una energía física movilizada con gran esfuerzo, sino de emplearla absolutamente toda en la acción.
Mientras el factor “movilización de la energía” interviene esencialmente en la fase del principio del movimiento, este segundo factor adquiere su importancia en la fase de llegada, es decir, en el impacto. En todo movimiento hay varios componentes; la formidable potencia de los golpes de Karate es consecuencia de la velocidad adquirida por la puesta en movimiento sucesiva de estos diferentes componentes, aceleradas al máximo; la velocidad resultante debe culminar en el punto de impacto.
Coordinación muscular y concentración de la energía en un punto.
Para que una acción sea verdaderamente eficaz se requiere que la potencia muscular de todo el cuerpo apoye el segmento que la ejecuta. Cuanto mayor es el número de músculos puestos en juego en un movimiento determinado, mayor es la fuerza resultante. Esta consecuencia no es del todo automática, para ello el máximo de músculos útiles para el movimiento debe moverse a la vez simultáneamente y según un orden de movilización correcto.
Es inútil e incluso nocivo cuando se trata de músculos antagónicos, contraer los que no son indispensables en la ejecución del movimiento, puesto que acarrean un gasto de energía superfluo (cuando no anulan la resultante de fuerza efectiva por la acción contraria de los músculos); se llega entonces a una concentración estática, quizás intensa, pero que es incapaz de trasmitir una energía en una dirección dada, o sea, es ineficaz. En consecuencia, los músculos deben colaborar racionalmente, lo que supone por parte del karateca un mínimo de conocimientos anatómicos; poco a poco los grupos musculares no necesarios en una técnica permanecerán relajados mientras la energía así ahorrada se añadirá a la de los que ya están en acción. El maestro efectúa una selección muscular en cada uno de sus movimientos: de ahí la apariencia de conjunto relajado que se desprende de sus técnicas, mientras el alumno se agota contrayendo músculos al máximo, pero de una manera irracional.
Precisamente, en una primera etapa es cierto el que sea muy útil tener costumbre de poner toda la energía en una acción: concentrarse al máximo en cada impacto antes de eliminar las contracciones inútiles; ya que la primera etapa permite dominar un primer principio que no podría serlo sin ella, o sea, la movilización de una fuerza al máximo. Querer pasar ya de entrada a la segunda etapa sería condenarse a no poder utilizar más que una pequeña parte de esta fuerza, a causa de no haber conocido el resto.
Sin practica previa no todo el mundo puede contraer con la adecuada intensidad los músculos que quiere y en su debido momento. Esta etapa, mediante una adecuada educación y unos métodos propios a cada técnica, tienden a desarrollar, paralelamente a una formación atlética de base, los grupos musculares efectivamente puestos en acción prioritaria en un momento determinado.
La contracción de los músculos útiles -solo ellos- debe tener lugar según un orden concreto, con el fin de que la acción de cada uno de ellos prepare la siguiente y así sucesivamente de este modo, el punto en donde se produce el impacto (en un golpe) es verdaderamente el punto extremo en el que se ha acumulado el conjunto de la fuerza liberada; cada contracción proporciona un impulso a la fuerza resultante en su misma dirección y acelera la siguiente aumentándola. La energía desarrollada en el punto de impacto es entonces la resultante del conjunto de contracciones musculares y no hecho de una sola contracción última, aislada.
De todas maneras, como los tiempos de contracción son extremadamente cortos en un movimiento rápido, la acción de dos músculos sucesivamente puestos en juego apenas es discernible en el tiempo y el primer músculo no ha terminado todavía su contracción que el impacto ya ha tenido lugar. En este preciso instante, todos los músculos útiles alcanzan el punto culminante de su contracción, y el cuerpo en bloque dispara en la dirección del golpe la totalidad de la energía muscular, como cuando un jugador lanza un balón con un golpe seco. Para el neófito hay muy poca diferencia entre un movimiento ejecutado con una contracción funcional eficaz que trasmite una fuerza en una dirección dada, y un movimiento intenso, pero incorrectamente contraído que no hace más que retener la energía liberada; ambos son de apariencia correcta, pero sólo el primero es verdaderamente eficaz.
Tomemos un ejemplo concreto: en un gyazuzuki(puñetazo contrario, pág. 158) los primeros músculos que entran en acción son los abdominales por ser muy potentes pero muy lentos; luego intervienen los músculos de la pierna trasera que proyecta el cuerpo hacia delante, mientras las caderas efectúan un movimiento de rotación. La contracción de los brazos, tanto del que golpea como del que vuelve hacia atrás, no tiene lugar más que en una fracción de segundo antes del impacto; todo sucede como si la contracción abdominal que interviene en todos los movimientos del Karate, hubiera propulsado una onda de choque procedente del centro del cuerpo y dirigida hacia el exterior, por un efecto ondulatorio. En el momento del impacto, los músculos de la pierna que queda detrás y de los brazos, están contraídos simultáneamente, pero la contracción de los primeros subsiste mientras que la de estos últimos no se añade más que en el momento oportuno; los músculos de la pierna que está avanzada, por el contrario, no están ni exagerada ni inútilmente contraídos.
Brevedad del tiempo de contracción final y concentración de la energía en el tiempo.
He aquí una vez más una necesidad descubierta y aplicada en numerosas artes: en unas condiciones de fuerza y de velocidad dadas, la fuerza desarrollada es tanto más eficaz cuanto menor es el tiempo de su aplicación. En el caso de un golpe, la masa en movimiento debe detenerse enérgicamente en el momento en que alcanza su velocidad máxima, o sea cuando el miembro golpeador llega prácticamente a su completa extensión.
No hay que esperar que ésta frene la masa en movimiento, sino detener secamente esta masa en el momento preciso en que ésta es alcanzada; se utiliza así al máximo la trayectoria permitida por la morfología, puesto que cuanto más larga, mayor podría ser la velocidad del golpe.
La fuerza liberada de esta manera por la detención brutal del movimiento es mucho más grande que cuando se trata de un golpe largamente apoyado, sin retención. En el primer caso la onda de choque atraviesa el cuerpo del adversario a partir del punto de impacto y provoca una conmoción importante, mientras en el segundo la mayor parte de la fuerza desarrollada, aplicada si velocidad, tiene como único resultado rechazar al adversario en la misma dirección.
En el primer caso, éste se derrumba, en el segundo cae hacia atrás. La primera fuerza penetra mientras la segunda actúa sólo superficialmente. Para transmitir al adversario la fuerza desarrollada por el juego sucesivo de los músculos, importa no solamente concentrarla en el punto de impacto, o sea en la masa con la que se golpea, sino también concentrarla en la fracción de segundo que dura el contacto. Para ello, es necesaria una nueva contracción muscular; puede ser total o no intervenir más que a nivel de las extremidades (pies, brazos) cuando se desee inmediatamente encadenarla con otra técnica.
En resumen:
La fuerza muscular debe utilizarse correctamente: debe ser la resultante efectiva de la acción coordinada de los músculos útiles, intensamente contraídos y según un orden lógico que va desde los más lentos a los más rápidos y del centro a las extremidades, y transmitirla del todo en una dirección dada.
c) Utilización de la fuerza de reacción.
Otra ley física nos dice que toda acción engendra una reacción de igual fuerza y en sentido contrario. El deportista conoce muy bien este principio que le permite catapultarse hacia delante en una salida de una carrera de velocidad mediante un potente impulso de sus piernas contra el suelo o bien pasar un obstáculo ejerciendo una breve y fuerte presión del pie sobre el suelo.
El ejemplo del salto de altura muestra cómo la fuerza de impulsión obtenida por la extensión de las piernas es superior al peso del propio cuerpo del atleta. De la misma forma, la potencia de repulsión del pie se encuentra, en las técnicas del Karate, en la fuerza golpeadora.
Cuando golpeamos con fuerza u blanco muy estable, se ejerce inmediatamente una fuerza en sentido contrario, de la misma intensidad la cual, a través del brazo o la pierna que ha golpeado, penetra en nuestro cuerpo; la onda de choque puede ser absorbida por éste y provocar un daño más o menos grave, como la pérdida del equilibrio, dolor de cabeza o en las articulaciones, esguinces en las extremidades, etc. Para neutralizarla procurando sacar provecho de ella, hay que volver a enviarla en la dirección del punto de impacto, a través del vector, brazo o pierna, que la ha llevado hasta el cuerpo; esta acción, evidentemente, es inconsciente.
En el momento del impacto basta con poner rígido el cuerpo para poder tener sólidos puntos de apoyos en el suelo de forma que la fuerza de reacción vuelva a pasar hacia delante y añada a la fuerza inicial del golpe; con la misma finalidad, cuando se trata de una técnica con la mano, se sincroniza el momento del impacto con un movimiento contrario de la otra mano (Hikite: ver Chokuzuki, pág. 112).
Esta transferencia de la onda de choque es tan rápida como el propio golpe y se confunde con el momento del impacto; en consecuencia, es necesario que la contracción muscular esté perfectamente sincronizada con este impacto.
En resumen:
La fuerza de reacción provocada por un movimiento puede añadirse a la fuerza inicial de este movimiento, gracias a la solidez de los puntos de apoyo y a una acción muscular sincronizada.