Esta es la segunda parte del artículo “Karate-Do” del Sensei Roland Habersetzer, nos sigue desarrollando las bases físicas y fisiológicas.
En esta entrega nos hablará sobre la fuerza y la agilidad; la importancia de la respiración y comenzará con las bases psicológicas.
La primera parte se publicó en nuestro boletín el pasado mes de junio de 2012.
Karate – Do, 2ª parte.
La fuerza y la agilidad
a) Contracción y relajamiento.
Ambas acciones deben ejercerse total y alternativamente. Sólo la relajación permite la velocidad indispensable, pero sólo la contracción permite trasformar la energía cinética adquirida de esta manera en fuerza útil. La agilidad (ju) facilita los desplazamientos y la preparación de la acción decisiva; además, ofrece muy pocas presa a la aplicación de la fuerza adversa (go), manteniendo el cuerpo en un estado de reposo relativo y en un estado de disponibilidad inmediata.
La fuerza interviene cuando se trata de resistir enérgicamente o cuando se ataca, o sea en el momento en que se entra en contacto con el adversario; entonces todo el cuerpo se pone rígido inmediatamente, monolítico, para poder gozar de las ventajas de una contracción breve e intensa: energía máxima, concentración de fuerza, efecto de acción-reacción.
El karateka pasa por fases de contracción y de relajamiento; esto es la base del ritmo de combate y de los movimientos sin sincopados tan agotadores. No obstante, la relajación no siempre es total, puesto que el abdomen, en particular, siempre permanece en estado de tensión, aunque sin la menor crispación; de este modo, los músculos podrán actuar al menor impulso nervioso y el tiempo de reacción será muy breve. El arte del dominio corporal consiste en sentir muy exactamente a qué ritmo deben sucederse las dos etapas y en qué momento debe intervenir cada una de ellas.
Por ejemplo, si la contracción inicial se mantiene demasiado tiempo o si la concentración final en el momento del impacto es precoz, la velocidad del movimiento quedará frenada por lo que la eficacia del mismo será menor. Si, por el contrario, esta contracción inicial no interviene o lo hace demasiado tarde, la fuerza de reacción romperá la estabilidad del que golpea o incluso le puede dañar cuando el miembro encargado del golpe no está preparado para soportar el choque; si esta contracción final apenas es iniciada, la eficacia queda reducida, pero si se mantiene demasiado rato, implica una pérdida de equilibrio e impide continuar lo suficientemente rápido con otro movimiento.
Hay pues una serie de limitaciones cuyos carácter es más o menos importantes según el nivel alcanzado por el karateka y los diferentes espacios de tiempo de ejecución que de ello resultan; así, el maestro, con unas reacciones nerviosas extremadamente rápidas, es capaz de pasar de una etapa a la otra en una fracción de segundo sin ningún signo exterior aparente y su tiempo de contracción, muy intenso si tenemos en cuenta la eficacia del golpe, dura tan poco que apenas tenemos tiempo de distinguirlo; por este hecho sus movimientos son menos sincopados. Se reduce los tiempos de fatiga para el cuerpo, lo que explica que los maestros de edad avanzada se mantengan tan eficaces, incluso en comparación con los expertos más jóvenes. En la alternancia de los instantes de contracción y relajamiento, existe todo un secreto por descubrir basado, por otra parte, en el aspecto mental. El maestro es el que utiliza toda su fuerza de un modo racional, es decir, sólo en los momentos oportunos, y es capaz de lanzarla totalmente en un tiempo muy breve: es capaz, asimismo, de dosificar perfectamente su energía.
b) Las fases respiratorias
Sabemos que ninguna acción verdaderamente eficaz es posible cuando estamos sin aliento. Cuando la respiración ha perdido su ritmo regular nos hace experimentar una terrible sensación de ahogo en los pulmones y un jadeo que provoca movimientos entrecortados de la caja torácica e imposibilita cualquier nuevo esfuerzo o contracción correcta.
Sabemos, por otra parte, que cuando sacamos fuerzas de flaqueza en una circunstancia cualquiera, esta sensación suele ir acompañada por una profunda inhalación seguida de una breve retención del aire o de una lenta espiración. Estas dos experiencias tan comunes permiten comprender la importancia de la coordinación de la respiración en la práctica de cualquier arte.
La inspiración trae consigo una relajación muscular mientras la espiración facilita la contracción. Así pues, hay que hacer coincidir la primera fase con un estado de relajación, ya sea cuando se va a preparar una técnica, ya sea incluso durante su primer tiempo de ejecución; y la segunda fase con el momento del contacto con el adversario, ya sea en un ataque o en la defensa.
De modo general suele emprenderse al final de una técnica (es decir, en el momento de la contracción en el impacto) con una breve espiración seguida por una breve interrupción de la respiración (se expulsa violentamente una pequeña cantidad de aire); el resto es luego expulsado en un segundo tiempo de espiración, más lento, al menos si la situación lo permite; si éste no es el caso, es decir, cuando debe emprenderse una nueva acción inmediatamente, se espira el resto del aire reteniendo con igual fuerza que la primera vez o se inspira rápidamente sin haber evacuado completamente el aire retenido en la inspiración inicial. La respiración, pues, es función de la acción que va a desarrollarse: es breve se ésta es violenta, es lenta y dispone del mismo tiempo para la inspiración que para la espiración cuando no tiene lugar ninguna acción.
Los esquemas adjuntos no representan más que algunos ritmos respiratorios:
(Los trazos representan la espiración, el punteado la inspiración y los puntos gruesos la retención del aire; las longitudes son proporcionales a los tiempos de ejecución).
Como vemos, durante una misma espiración larga es posible ejecutar una serie de acciones sin romper el ritmo respiratorio, permitiendo la ausencia de pausas una velocidad de ejecución mayor. Esta técnica, si debe ir acompañada de acciones lo suficientemente potentes, es difícil para los principiantes, puesto que supone la adquisición de lo que llamamos la “sensación única” a lo largo del combate; volveremos a hablar de ello más adelante. En efecto, el experto respira según un ritmo menos entrecortado por el motivo que ya hemos planteado cuando estudiamos la concentración y la relajación: pasa mucho más fácilmente, y con mucho menos esfuerzo, de uno a otro estado, puesto que sabe controlar mejor su cuerpo. Por otra parte, en un nivel avanzado, el karateka no detiene nunca del todo su respiración.
Debemos hacer dos observaciones:
- La respiración debe ser siempre discreta, ya que le bastaría al adversario notar una fase de inspiración o de final de espiración para que pudiera atacar con éxito en un momento en que la contracción sería muy difícil por no decir imposible. Así pues, hay que practicar para inspirar por la nariz y a espirar por la boca, con los labios apenas entreabiertos y lo más disimuladamente posible.
- El practicante de un arte marcial respira según el método oriental, es decir, con el vientre. Contrariamente a Occidente, en efecto, extremo Oriente siempre ha preferido la respiración abdominal en vez de la intercostal o torácica; mientras que en esta última el diafragma sube y baja regularmente en el interior de la caja torácica al ritmo de la inspiración y la espiración, en la respiración abdominal (ibuki) se intenta mantener tanto durante la inspiración como la espiración, el diafragma lo más bajo posible; la sensación que se nota es la de una compresión hacia abajo. En la práctica respiramos como los niños, sin que el tórax experimente cambios de volumen importantes, como lo aconseja el culturismo. Respirando con el tórax y los hombros, el centro de gravedad del cuerpo tiene más la tendencia de subir (se utiliza, pues, este tipo de respiración cuando nos preparamos para dar un salto) mientras que si impulsamos la respiración hacia abajo, incrementamos la estabilidad y la fuerza (este tipo, pues, es más adecuado para las técnicas de defensa y ataque).
II. Bases Psicológicas
La técnica no es nada sin el espíritu. Lo que globalmente llamamos “espíritu Karate” es un conjunto de actitudes mentales que también existen, bajo nombres distintos, en otras Artes de combate, o incluso (lo vamos a estudiar a continuación) en actividades no marciales.
En efecto, el espíritu puede ser conscientemente el origen de una cierta fuerza basada en la voluntad y en el dominio de uno mismo; pero también, y mucho más quizás, puede ser motivo de eficacia de una manera inconsciente: se trata de las inusitadas posibilidades provocadas por una forma de vacuidad del espíritu (tema muy en boga en toda la civilización de extremo oriente).
Las fuerzas conscientes
a) La voluntad
Cada técnica debe ejecutarse con determinación, porque si no se logra, su eficacia no deja de ser muy relativa. A un adversario decidido hay que hacerle frente con una voluntad a toda prueba para poder vencerle. Un combate de Karate es ante todo, un choque de dos voluntades antagonistas donde la más fuerte de ambas tiene todas las posibilidades de inclinar la victoria a su favor, y esto totalmente aparte del nivel técnico de los luchadores.
La voluntad también debe intervenir en un momento muy concreto: cuando nos damos cuenta de un fallo en la guardia del adversario hay que aprovecharlo inmediatamente a nuestro favor; ahora es cuando hay que atacar con todas las fuerzas, hay que querer “matar para no ser matado” como lo requería el espíritu original del Karate por el hecho de ser un arte marcial. El grado de intensidad de la voluntad es el que introduce al cuerpo más o menos a fondo en la acción. Un combate de Karate es una excelente práctica para la voluntad, sobre todo si se lleva a cabo de una manera viril.
b) El dominio de uno mismo
No trataremos aquí más que del dominio del espíritu: evidentemente va emparentado con el dominio corporal, pero éste es sencillamente el resultado de la acción conjugada de todas las fuerzas mentales, así como del grado de habilidad en la ejecución de las técnicas, o sea, de la práctica. Ser dueño del espíritu es también ser dueño del propio cuerpo, condición indispensable para que éste “se acuerde” de los principios fundamentales inculcados durante el estudio técnico. Resultaría inútil adquirir a costa de una larga y pesada práctica una técnica superficial que luego desaparece completamente durante el estado de excitación (cólera, miedo, etc.) causado por la confrontación real con un adversario.
Suele ser corriente, incluso para los karatekas ya avanzados, perder hasta un 50% de sus propios recursos en una competición. ¡Cuántos esfuerzos malgastados! Es entonces cuando un adversario técnicamente e incluso físicamente inferior, pero más tranquilo, logra imponerse fácilmente; la técnica depende de la mente. Esta comprobación, por supuesto, no es propia del Karate, pues en cualquier circunstancia el más eficaz es siempre aquel que sabe mantener la cabeza fría.
En un deporte de combate, el dominio de uno mismo tiene una serie de ventajas:
- Se mantiene el control de propio cuerpo y de la técnica aprendida.
- Se está relajado antes de la confrontación, lo que representa una economía de las propias fuerzas físicas y mentales.
- Sin gastos desordenados, sin crispaciones inútiles, el adversario nunca podrá saber nuestras intenciones.
- Un espíritu tranquilo permite que las fuerzas mentales actúen libremente.
Este último aspecto es el más delicado de comprender por parte del occidental, puesto que salimos aquí del terreno de la fuerza mental consciente (la seguridad, el dominio de sí mismo propiamente dicho) para entrar en el terreno más esotérico de las fuerzas inconscientes, todavía más eficaces. Su liberación representa, de hecho, la finalidad última de todo arte marcial; para ello el hombre debe traspasar el estado de la consciencia que no es sino superficial.